Se va escapando. Cada vez con mayor conciencia. Se nos va. Se escurre lenta y constante. Se escurre vencida e insípida. Se abandona a la gravedad hasta incrustarse en los huecos de la arena, en una tierra suelta que abraza el último suspiro.
Yo me dejo caer. Me abandono a la fuerza constante, a la atracción irrefrenable, al destino definitivo.
Mientras, veo pasar otras vidas, leves como pluma joven, ágiles como el corazón de un niño, limpias como culpa olvidada; y me dejo admirar por la belleza inconsciente del existir.
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