Que la seda de tus dedos
que tanto, en es(t)e tiempo, amé
se adhirió a mis recuerdos
como crudo.
Confieso, mariposa azul,
que no he vuelto a garrapiñar
mis días desde que tú
temblando (sí) por no amar
contemplaste la agonía
de mi amor herido,
inmóvil.
Confieso, duende veloz,
que quise frenar los días,
dar la vuelta a tu reloj,
desandar mi propia huída
y encontrarte abrigada
en el comienzo.
En aquel metro.
En aquel bar de Huertas.
En aquella gira interminable.
En el papel de mis manos.
En la plaza de Chueca
hogar del primer beso eterno.
Confieso que abandoné toda lucha
en época de comienzos
y que cada paso fue ejercicio de renuncia,
una apuesta a mano pérdida
por tu felicidad.
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