Recuerdo haberme limpiado la sangre con lágrimas y gasas en un intento de cuidarme dejándome ser.
Hacía mucho que la costra se había secado, se había ido desprendiendo poco a poco, casi sin dolor,
a excepción de laguna vez que se me había enganchado en alguna sonrisa, dejando salir de nuevo un rojo hilo de duelo.
Ayer terminó de caer, silenciosa, indolora.
Ahora contemplo lo que fue la herida, ni siquiera cicatriz ha quedado.
Debe ser que en realidad, nunca pertenecí a nada.
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