Hay una mano que siempre te tendré dada.
A veces vuelvo la vista, no atrás, que es volver a verte,
la vuelvo a un lado o miro hacia abajo para verme a mí,
me hago un gesto de aguante, me encojo de hombros y me digo
que no puedo hacer otra cosa que tratar de sostenerte.
Todo tiene un precio. Yo pago por haberte conocido.
He hipotecado mi vida en pro de tus labios,
esos que una vez pronunciaron mi nombre
justo antes de abrazar mi boca.
Pago por haber ido a cara descubierta,
soltar mi armadura a los pies de tu cama,
vestirla solo para salir a la calle,
marcarte, con un rotulador rojo, todos mis puntos débiles
y nunca preguntar por los tuyos.
Acariciar el metal de tu piel que se fue ablandando
hasta que llegó el miedo.
Yo pago...
a plazo fijo,
una vida.
Pero no soy estúpida,
me iré lejos y no habrá hilo rojo,
no habrá destino, no habrá príncipes azules.
Me iré lejos con la mano tendida, a cientos de kilómetros,
que solo serán un segundo si tropiezas.
Y así,
me iré lejos
me iré torpe,
me iré sin haber aprendido nada.
Este es mi diario, lejos de ser algo con forma perfecta, de seguir cánones de belleza o estilo, de pretender nada. Solo es el lugar donde vomito, donde grito de alegría o pena, donde conecto, cuando me acuerdo, conmigo. Un hilo conductor que atraviesa mis días.
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