viernes, 9 de noviembre de 2018

La gran ciudad

La noche ha caído.

Los transeúntes caminan cubiertos por sus paraguas, como si de sombreros se trataran.
Los charcos reflejan las luces de la ciudad, las farolas, los carteles luminosos, los ojos de las almas tristes que caminan mirando al suelo. El tiempo se suspende en el salpicar de cada gota de lluvia, el latir del mundo.

La ciudad guarda miles de vidas debajo de un agujereado manto oscuro. Las abraza al calor del humo de los coches, del asfalto arañado por neumáticos. Trata por todos los medios de ser un hogar, a pesar de la humedad, de los abandonos, de los vacíos, de la soledad del humano en un hormigueo de turistas.

Tiene complejo. Quiso crecer para dar cobijo, y ahora... Ahora le toca contemplar las caídas de sus hijos en espirales de alcohol, de drogas, videojuegos, Netflix... No hay abrazo que pueda salvar al individuo desconectado de la sociedad, al que perdió la fe, al que ya nunca más será familia. Ha creado islas que no se dejan atracar por una caricia.

La ciudad llora, abraza a los transeúntes con un manto negro agujereado por paraguas.

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