miércoles, 19 de junio de 2019

Esperanza muerta

Ayer sentí tu mano bajo la mía. Me apretaba firme y suave, y yo rozaba las rugosidades de tus dedos, como hacía entonces, con la tranquilidad de quien sabe que ese el sitio donde tienen que estar, que no huirán; que al fin se han encontrado.

Tuve una casa en tu pecho.
Tuvimos una casa en nuestro pecho.
Nunca más habrá hogar.

Ahora el agujero negro de mi estómago trata de arrastrar a mi corazón, que resiste como una goma que se estira hasta dar kilómetros de sí. No veo el momento en que se despegue del hueco de mis costillas y caiga hasta el infinito, y tiña de pasiones frustradas todos mis huecos vacíos.

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